Tuesday, November 27, 2012

Una escuincla babosa se enamora de México

A los seis años me tomó completamente por sorpresa cuando mi mamá nos dijo a mi hermana y a mí que nos regresábamos a vivir a Panamá –pensé que había nacido en Puerto Rico. Al principio no se me hizo difícil adaptarme, en particular porque lo que me gustaba comer se conocía con nombres diferentes: mantecados eran helados, limbers eran duros, chinas naranjas, y piraguas eran raspados. Mis nuevos amiguitos me ayudaron con los cambios lingüísticos y a ser más panameña. Esto fue algo muy significativo ya que desde entonces empezó mi amor por las palabras y por la comida.



Cuando era una adolescente fui al colegio en Nueva York y en Filadelfia, donde todo tenía un sabor y un nombre distinto. Extrañaba el consuelo de las jugosas frutas tropicales, las divertidas frituras para el desayuno (patacones, hojaldras, chicharrón, carimañolas, tortilla panameña –parecida a una arepa pero con más sabor a maíz), y todos los manjares que me recordaban a las fiestas como los tamales y el bacalao. Mi mundo culinario se limitaba al Caribe, y sólo tenía dos (malas) impresiones de la comida mexicana:
  1. Una <<taquiza>> en una cena familiar en Nueva York que consistió en <<taco shells>>, carne molida con especias sabor a tacos, jitomates picados, lechuga picada, queso amarillo rallado, y crema agria… sí, sé que esos no son tacos).
  1. El día que me gradué de la prepa fuimos a comer enchiladas – y estuve medio angustiada toda la tarde porque tenía un vestido blanco puesto.
Lo que aprendí  fue que no me gustaban las especias con sabor a taco, o la crema agria, y que no debo de vestirme de blanco cuando salgo a comer.

Tortillas panameñas

Cuando me fui a la universidad en un pequeño pueblo en Pennsylvania, la comida mexicana se volvió a cruzar en mi camino, o mejor dicho: lo que pasaba por comida mexicana. Burritos de picadillo con crema agria y queso amarillo sabor a plástico, chimichangas grasosas, resecas, demasiado grandes y los ya mencionados tacos. Comida difícil de comer por su tamaño y de lo mal armada que estaba, y lo peor: sin sabor. Así que decidí a los dieciocho años que no me gustaba la comida mexicana. Dos años después cambié de universidad y me fui a vivir a San Diego, California donde no tenía la menor intención de probar la comida mexicana ni de lejos. Mis lugares preferidos para comer eran un restaurante español y uno cubano.

Pero poquito a poquito los aromas me sedujeron: <<No me gusta la comida mexicana ¡pero estas enchiladas están buenísimas! No me gusta la comida mexicana ¡pero el pozole es delicioso! No me gusta la comida mexicana pero…>> Aprendí a apreciar la capirotada, el champurrado, los chilaquiles, y todo me fascinó.

Me estaba enamorando: la comida mexicana en San Diego tenía sabor (y no sabor a lata o a plástico) y fui adoptada por un generoso grupo de tijuanenses y sinaloenses con la paciencia de santos que con toda la amabilidad del mundo le explicaban a una escuincla babosas hasta las cosas más obvias y simples. Pero lo más importante que me enseñaron fue que con la comida se puede demostrar cariño.


El primer libro de gastronomía mexicana que compré fue México: the Beautiful Cookbook (El libro de la cocina mexicana) con unas fotografías fabulosas por Ignacio Urquiza (LO ADORO) –en mi vida había visto fotos tan bellas de comida. Fue el libro más caro que había comprado, me costó aproximadamente cincuenta dólares y los tuve que ahorrar. Visitaba el libro en la tienda para admirarlo, me veía sirviendo todas sus exquisiteces, luciéndome con mis amistades,  mientras me convencía a mí misma que el libro era una inversión. Esto fue hace veintiún años, y todavía es mi libro de cocina favorito, me encanta que tenga páginas rotas, manchadas, con apuntes y cambios que les he hecho a las recetas. Me ha acompañado en todas las comidas importantes que he tenido desde entonces. Actualmente tengo una pequeña colección de cuarenta recetarios mexicanos que apenas caben en dos libreros en mi diminuta cocina.

Soy profesora de español en una pequeña universidad en el Sur de California donde enseño gramática, literatura y conversación. Y aunque Tijuana nos queda a unos veinte minutos, increíblemente muchos de mis alumnos jamás han pisado tierra mexicana, y saben muy poco de su país vecino. Cuando empecé la carrera el enfoque cultural de mis cursos era el Caribe, pero conforme fue pasando el tiempo y empecé a viajar por México  y a conocer más a fondo su cultura e historia quería compartir con mis estudiantes la riqueza y diversidad que me habían cautivado.

Una de las cosas que más me encanta de México es que me saca mi lado intrépido: no me gusta el  salmón porque sabe demasiado a pescado pero ¿por qué no probar escamoles en Tula? ¿o pox en una chocita durante una tarde lluviosa en Chiapas? ¿o chapulines en Cholula? He viajado por diecinueve estados de la República Mexicana y cada experiencia me inspira a crear un curso nuevo para mis estudiantes.

Escamoles

En mis clases de primer semestre estudiamos un poco de la cultura prehispánica, la Conquista, y el sistema de las haciendas. En el segundo semestre nos concentramos en la gastronomía mexicana y la historia de los mexicas y los mayas. En el tercer semestre exploramos el Porfiriato y los estudiantes trabajan en un proyecto donde hacen de cuenta que viven en la Ciudad de México y tienen que conseguir trabajo, un departamento, etc. Esto satisface mi hambre lingüística, mi hambre de comida y de historia y cultura.

Me encuentro muchas veces cocinando hasta altas horas de la noche platillos como chiles en nogada o mole poblano, o manejando a panaderías a las cinco de la mañana para comprar pan dulce o teniendo la clase en un restaurante para que aprecien la cultura de una manera práctica (aunque no estoy segura de que mis estudiantes siempre agradecen mis esfuerzos).

Chiles en nogada

Es muy alentador ver cómo la comida autentica mexicana y sus ingredientes se han vuelto popular y ya no es tan difícil conseguir chía, nopalitos, y hasta epazote fresco en el súper. No hace muchos me los traían de Mexicali o Tijuana – y de vez en cuando encuentro flor de calabazas (aunque es carísima)

Cuando me mudé a San Diego mi plan era regresar a la Costa Este al graduarme de la universidad, pero mientras más me empapaba de la cultura, historia, comida y gente de México, me di cuenta que no podría vivir en ningún otro lado en los EE.UU. Somos afortunados en San Diego porque estamos cerca de México y podemos disfrutar de muchas actividades culturales aquí y al otro lado de la frontera.

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