Saturday, January 5, 2013

Amor en el 7-11 (la cruda realidad del café)


Coatepec, Veracruz
Me encanta desayunar, mejor dicho: me encanta la idea. El desayuno es la mítica comida que vive en el país de mi mitología –es la memoria culinaria que relaciono con mi niñez (y el espagueti al ragù que hacía mi papá). El aroma del café mañanero me parece una mejor forma de despertarse, en lugar del cruel y estrepitoso despertador -y aunque me fascina su olor jamás lo he podido tolerar. Imagino que lo que me sucede cuando lo tomo es lo que pasa cuando alguien tiene una mala experiencia con las drogas: me pongo paranoica, nerviosa, siento que sudo por dentro, me da dolor de cabeza y estos efectos me duran por días. La terrorífica cruda del café: ¡aguas niños!

Actualmente desayuno en muy pocas ocasiones: siempre en fin de semana, siempre en un restaurante, y siempre sola (pero bien acompañada por mis libros.) Mis amistades son infinitamente perezosas, sí: ustedes, ni que les estuviera pidiendo las perlas de la virgen, ya no invito a nadie a desayunar. De vez en cuando me animo a hacer el desayuno en casa pero nunca he dominado el arte de prepararlo – me defiendo, pero siento que me podría salir mejor. Creo que parte del problema es que me gusta sentarme a la mesa, conversar, comer con calma y por las mañanas la gente no tiene el tiempo o no quiere hacer el esfuerzo.

Digo <<tiene>> porque como víctima/aliada del insomnio, no tengo ningún inconveniente en invertir el tiempo necesario para preparar y disfrutar de un buen desayuno. Por lo general estoy ansiosa por empezar mi día a eso de las cuatro de la mañana. Me siento de lo más productiva  y súper motivada entre las cuatro y las seis -insisto en que por favor no me hagan preguntas y no me obliguen a tomar decisiones importantes después de las dos de la tarde (así fue como terminé con un carro nuevo esta Noche Buena ¿o tal vez porque ya no tengo contacto con mi mecánico…?)
Huevos rancheros, Ciudad de México
Huevos Rancheros, Ciudad de México

Mi ex-marido sufría de lo opuesto, se levantaba con el tiempo justo para arreglarse y salir corriendo al trabajo – cinturón en mano, zapatos desamarrados, y crema para afeitarse en el cuello. Al principio yo, con toda la dedicación del mundo hacía  esfuerzos monumentales para impresionarlo con una mesa puesta a primera hora, y sin falta me dejaba como novia de pueblo: vestida en piyamas y alborotada con dos desayunos. Se habían acabado las mieles sobre hojuelas (o el azúcar sobre el corn flei.)

Decidí demostrarle la seriedad de mi afán y compré uno de los libros más estúpidos: <<mil cosas que hacer con tus huevos>> o algo por el estilo -de hecho me entró una obsesión por los huevos rancheros.  Después de varios meses de fracasos matutinos, le comenté lo importante que era para mí que nos sentáramos a desayunar juntos y convivir. Él me explicó lo importante que era para él dormir hasta el último minuto posible, y que desayunar no era <<su rollo. >>
Con mucha rebeldía (y poca resignación) acepté que la fantasía desayunesca que quería realizar solamente viviría en el castillo en el aire que había construido mi imaginación (y que conste que tengo todo un imperio construido en los susodichos castillos.)
Huevos rancheros, Puebla
Huevos rancheros, Puebla

¿Por qué frustrarme? Siempre cenábamos juntos, me leía libros en voz alta para acompañarme mientras yo cocinaba, le gustaba ver cómo yo hacía las cosas, y él se encargaba de limpiarlo todo. Hasta me decía que ya no le apetecía tanto comer fuera (acostumbrado a la mala comida de su señora madre –no muy talentosa en la cocina.)

Y aunque nunca me pude quitar esa espinita, dejé de insistir, y empecé a organizar desayunos en mis clases. Por eso comencé a irme al trabajo más temprano, y la razón por la cual tuve que parar en el 7-11 a la vuelta de la esquina para comprar cubiertos desechables. Normalmente tomaba otra ruta…  ¡oh sorpresa!
Chilaquiles y memelas, Oaxaca
Chilaquiles, memelas, jugo de nopal, y chocolate, Oaxaca

Me estacioné al lado del coche de mi amado, me senté a esperarlo, observé todos sus movimientos  por la gran ventana mientras él charlaba amistosamente y se carcajeaba con los empleados. La cara que puso cuando me vio fue de película de terror. Mis ojos no daban crédito a lo que presenciaban, la que estaba en una película de momias no era él, sino yo: el señor traía en la mano derecha un cafecito, y en la izquierda una, una, una: ¡¡¡DONUT!!! Sí damas y caballeros, estaba desayunando en 7-11.

¿Que desayunar no era lo suyo? ¿Que no le gustaba comer por las mañanas? Me acordé del croissant que compré una madrugada en la panadería que no se comió. ¿Cuánto me había costado la cafetera francesa? ¿El café gourmet de no sé qué montañas? ¿No que no?  ¡Dizque NO tomaba café! No había nada que explicar, era obvio: traicionada en 7-11.

Me sentí apuñalada por los cuchillos Wüsthof que me había regalado su mamá (¡la ironía!). Sin decirle una  palabra puse el coche en reversa y me fui a clase. Esa fue la última vez que desayunó en 7-11 y así fue cómo empezamos a desayunar juntos… pero solamente cuando estábamos en México.
Chiapas
Chiapas

México se convirtió en el lugar mágico donde podíamos desayunar y  compartir tranquilamente y sin apuros por las mañanas. Por eso yo me aseguraba de que fuéramos por lo menos cuatro, cinco o más veces al año. Usábamos el desayuno para planear el día, escribir postales, ver nuestras fotos, estar en familia, y contarnos y comparar anécdotas de nuestro viaje. En los casi ocho años juntos, <<desayuno>> se convirtió en una palabra mágica, y mientras estábamos en México nunca se rehusó -porque mi otra palabra mágica era <<7-11>>.

Es cursi pero algunos de mis recuerdos favoritos de nuestros viajes están relacionados con estos desayunos (y otros también, reservo esta comida para mis amigos íntimos – y sí: considero espaguetis o quesadillas a las tres de la mañana desayuno… con piquete.) En Puebla nos deleitaron unos huevos rancheros en salsa de mole poblano. Molletes en Guanajuato,  y gorditas de nata en Toluca (lo único que me quitó el malestar de las alturas). En Oaxaca desayunos sencillos de pan dulce,  atole, y otros elegantes. En Chiapas:   frijoles con las mejores tortillas que he probado, y chocolate en una mañana fría y lluviosa. Delicias yucatecas: chaya en Campeche, kibis en Cancún y claro: café en Coatepec, Veracruz… casi manejo hasta Sonora.

Jugo de chaya y chocolate, Hacienda Uayamón, Campeche

Para mi cumpleaños fuimos a desayunar súper temprano una mañana de noviembre a un hotel en el Zócalo porque me provocaba el jugo de nopal que había probado por primera vez unos meses antes. Muy apenado el mesero me dijo que no había nopales, pero cuando se enteró de que era mi cumpleaños,  y de que veníamos desde San Diego, mandó a alguien al mercado y en menos de lo que canta un gallo nos trajeron una jarra de jugo de nopal… y nos la tuvimos que tomar toda: para no ofender.

Este año no preparé mi típico banquete navideño, pero se me antojó hacerme un desayuno especial: pancakes. La primera vez que recuerdo haber comido pancakes tuve un horrible accidente donde casi pierdo el brazo derecho. Todavía tengo el hilo de los puntos en mi brazo -el accidente fue en 1972. Hice mis pancakes con lo que tengo a mano en mi cocina (aka: mi cocinita pibil): harina de amaranto, y en vez de agua o leche: agua de horchata casera. Los cociné en el comal barato que compré hace años en un supermercado, y aunque esta fue la segunda vez en mi vida que los hice, me salieron a toda madre.

Lo único que tuve que comprar fue jugo de naranja en el 7-11. Sí, el mismo, y donde curiosamente conocí al siguiente y más reciente ex-pretendiente (un mecánico en el taller enfrente del 7-11.) Y si mi ex-marido estuviera muerto, se volvería a morir (de la risa). Eso es pa vos veáis.
Pancakes de horchata
Pancakes de horchata, Mi cocinita pibil





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