Huevos Rancheros, Ciudad de México
Mi ex-marido sufría de lo opuesto, se
levantaba con el tiempo justo para arreglarse y salir corriendo al
trabajo – cinturón en mano, zapatos desamarrados, y crema para afeitarse
en el cuello. Al principio yo, con toda la dedicación del mundo hacía
esfuerzos monumentales para impresionarlo con una mesa puesta a primera
hora, y sin falta me dejaba como novia de pueblo: vestida en piyamas y
alborotada con dos desayunos. Se habían acabado las mieles sobre
hojuelas (o el azúcar sobre el corn flei.)
Decidí demostrarle la seriedad de mi afán
y compré uno de los libros más estúpidos: <<mil cosas que hacer
con tus huevos>> o algo por el estilo -de hecho me entró una
obsesión por los huevos rancheros. Después de varios meses de fracasos
matutinos, le comenté lo importante que era para mí que nos sentáramos a
desayunar juntos y convivir. Él me explicó lo importante que era para
él dormir hasta el último minuto posible, y que desayunar no era
<<su rollo. >>
Con mucha rebeldía (y poca resignación)
acepté que la fantasía desayunesca que quería realizar solamente viviría
en el castillo en el aire que había construido mi imaginación (y que
conste que tengo todo un imperio construido en los susodichos
castillos.)
Huevos rancheros, Puebla
¿Por qué frustrarme? Siempre cenábamos
juntos, me leía libros en voz alta para acompañarme mientras yo
cocinaba, le gustaba ver cómo yo hacía las cosas, y él se encargaba de
limpiarlo todo. Hasta me decía que ya no le apetecía tanto comer fuera
(acostumbrado a la mala comida de su señora madre –no muy talentosa en
la cocina.)
Y aunque nunca me pude quitar esa
espinita, dejé de insistir, y empecé a organizar desayunos en mis
clases. Por eso comencé a irme al trabajo más temprano, y la razón por
la cual tuve que parar en el 7-11 a la vuelta de la esquina para comprar
cubiertos desechables. Normalmente tomaba otra ruta… ¡oh sorpresa!
Chilaquiles, memelas, jugo de nopal, y chocolate, Oaxaca
Me estacioné al lado del coche de mi
amado, me senté a esperarlo, observé todos sus movimientos por la gran
ventana mientras él charlaba amistosamente y se carcajeaba con los
empleados. La cara que puso cuando me vio fue de película de terror. Mis
ojos no daban crédito a lo que presenciaban, la que estaba en una
película de momias no era él, sino yo: el señor traía en la mano derecha
un cafecito, y en la izquierda una, una, una: ¡¡¡DONUT!!! Sí damas y
caballeros, estaba desayunando en 7-11.
¿Que desayunar no era lo suyo? ¿Que no le
gustaba comer por las mañanas? Me acordé del croissant que compré una
madrugada en la panadería que no se comió. ¿Cuánto me había costado la
cafetera francesa? ¿El café gourmet de no sé qué montañas? ¿No que no?
¡Dizque NO tomaba café! No había nada que explicar, era obvio:
traicionada en 7-11.
Me sentí apuñalada por los cuchillos
Wüsthof que me había regalado su mamá (¡la ironía!). Sin decirle una
palabra puse el coche en reversa y me fui a clase. Esa fue la última vez
que desayunó en 7-11 y así fue cómo empezamos a desayunar juntos… pero
solamente cuando estábamos en México.
Chiapas
México se convirtió en el lugar mágico
donde podíamos desayunar y compartir tranquilamente y sin apuros por
las mañanas. Por eso yo me aseguraba de que fuéramos por lo menos
cuatro, cinco o más veces al año. Usábamos el desayuno para planear el
día, escribir postales, ver nuestras fotos, estar en familia, y
contarnos y comparar anécdotas de nuestro viaje. En los casi ocho años
juntos, <<desayuno>> se convirtió en una palabra mágica, y
mientras estábamos en México nunca se rehusó -porque mi otra palabra
mágica era <<7-11>>.
Es cursi pero algunos de mis recuerdos
favoritos de nuestros viajes están relacionados con estos desayunos (y
otros también, reservo esta comida para mis amigos íntimos – y sí:
considero espaguetis o quesadillas a las tres de la mañana desayuno… con
piquete.) En Puebla nos deleitaron unos huevos rancheros en salsa de
mole poblano. Molletes en Guanajuato, y gorditas de nata en Toluca (lo
único que me quitó el malestar de las alturas). En Oaxaca desayunos
sencillos de pan dulce, atole, y otros elegantes. En Chiapas:
frijoles con las mejores tortillas que he probado, y chocolate en una
mañana fría y lluviosa. Delicias yucatecas: chaya en Campeche, kibis en
Cancún y claro: café en Coatepec, Veracruz… casi manejo hasta Sonora.
Jugo de chaya y chocolate, Hacienda Uayamón, Campeche
Para mi cumpleaños fuimos a desayunar
súper temprano una mañana de noviembre a un hotel en el Zócalo porque me
provocaba el jugo de nopal que había probado por primera vez unos meses
antes. Muy apenado el mesero me dijo que no había nopales, pero cuando
se enteró de que era mi cumpleaños, y de que veníamos desde San Diego,
mandó a alguien al mercado y en menos de lo que canta un gallo nos
trajeron una jarra de jugo de nopal… y nos la tuvimos que tomar toda:
para no ofender.
Este año no preparé mi típico banquete
navideño, pero se me antojó hacerme un desayuno especial: pancakes. La
primera vez que recuerdo haber comido pancakes tuve un horrible
accidente donde casi pierdo el brazo derecho. Todavía tengo el hilo de
los puntos en mi brazo -el accidente fue en 1972. Hice mis pancakes con
lo que tengo a mano en mi cocina (aka: mi cocinita pibil): harina de
amaranto, y en vez de agua o leche: agua de horchata casera. Los cociné
en el comal barato que compré hace años en un supermercado, y aunque
esta fue la segunda vez en mi vida que los hice, me salieron a toda
madre.
Lo único que tuve que comprar fue jugo de
naranja en el 7-11. Sí, el mismo, y donde curiosamente conocí al
siguiente y más reciente ex-pretendiente (un mecánico en el taller
enfrente del 7-11.) Y si mi ex-marido estuviera muerto, se volvería a
morir (de la risa). Eso es pa vos veáis.
Pancakes de horchata, Mi cocinita pibil
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